De hecho, se podría afirmar que salvo en el mundo antiguo, con la creación de nuevas ciudades, y durante el Barroco, con la ordenación de las grandes capitales como escenario de propaganda del poder, pocas realizaciones urbanísticas de importancia se habían emprendido.
El número de esculturas realizadas durante la segunda mitad del siglo alcanzó una magnitud desconocida hasta entonces, en gran parte como consecuencia de las actuaciones urbanísticas emprendidas en toda Europa, que propiciaron la exhibición de obras principalmente en dos ámbitos: Los espacios más significativos de las ciudades (avenidas, plazas y parques), que se adornaron con monumentos conmemorativos para exaltar los valores de la burguesía, mediante la representación de figuras alegóricas, hechos gloriosos o personalidades ilustres.
Las primeras teorías urbanísticas conocidas se han atribuido a Hipodamos de Mileto (siglo a.C.), que tal vez las aplicó, tras las guerras Médicas, en la reconstrucción de El Pireo (puerto de Atenas) y Mileto.
Sin embargo, salvo en las pocas ciudades de nueva planta que se construyeron en esta época, estas concepciones urbanísticas solo pudieron aplicarse en remodelaciones parciales de las viejas ciudades.
Solo las realizaciones arquitectónicas y urbanísticas, cuyos costes siempre son elevados, se resintieron por las dificultades económicas de la época.
Su disposición no fue arbitraria, sino que obedecía a concepciones urbanísticas y a la necesidad de amoldarse a los desniveles del terreno.
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