Al mismo tiempo se consolidaba el latifundismo, cuya manifestación característica era la villa, gran propiedad territorial que constaba de una parte explotada directamente por el propietario y trabajada normalmente por siervos, y otra cedida por lotes a colonos a cambio de diversas obligaciones.
Cataluña, en cambio, para evitar la huida de los campesinos, los adscribían a la tierra como siervos y solo se les permitía abandonarla mediante la compra de su libertad (eran los payeses de remensa o campesinos de redención).
Del cultivo del lote se encargaban los siervos del Estado, que entregaban las rentas en especie al propietario para que mantuviera a su familia.
Es sabido que el propio Papa se presenta a sí mismo como «Siervo de los siervos de Dios»: en la Iglesia, los puestos de poder son lugares de servicio a los demás.
Esta era, entonces, una tarea propia de siervos.
La polarización social y las relaciones de dependencia También continuó la tendencia del Bajo Imperio a la polarización social en dos grupos principales: una minoría poderosa y latifundista, y una mayoría apenas diferenciada en la que se fundían antiguos esclavos, libertos, siervos, colonos y pequeños campesinos.
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