Como consecuencia, el ciudadano es, a la vez, soberano y súbdito.
En el Imperio romano, el hombre se enajenó, convirtiéndose en súbdito.
Es autónoma, puesto que la ley moral proviene del sujeto mismo, quien, apoyado en su razón práctica, se convierte en legislador y súbdito a la vez.
Kant rechazó el derecho de rebelión del pueblo contra el soberano, porque el pacto social no es un acuerdo entre individuos libres que se pueda retirar, sino una idea de la razón que hace que el soberano legisle de acuerdo con la voluntad general; pero el soberano, ante el súbdito, solo tiene derechos y ningún deber que lo limite.
Pero para establecer la cuantía correspondiente a cada súbdito era necesario, previamente, efectuar un recuento detallado de todos los habitantes de Castilla así como de sus propiedades.
Por un lado, la voluntad general, como voluntad racional, se puede identi fi car con la razón práctica de Kant, que legisla una ley moral que se impone a sí misma; de este modo, convierte al ser racional en legislador y súbdito a la vez.
Soberano, porque forma parte del pueblo que legisla, y súbdito, en cuanto que está sometido a la ley.
Su interés particular puede hablarle de forma totalmente diferente a como lo hace el interés común; su existencia absoluta y naturalmente independiente puede llevarlo a pensar que lo que debe a la causa común es una contribución gratuita, y que para él es más oneroso el pago que para los demás perjudicial la pérdida y, considerando a la persona moral que forma el Estado como un ser racional puesto que no es un hombre, disfrutaría de los derechos cívicos sin querer cumplir los deberes del súbdito, injusticia que acabaría produciendo la ruina del cuerpo político».
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