De este modo se rompió la tendencia a la ruralización iniciada en el Bajo Imperio romano y acentuada con los visigodos.
El sistema urbano, base de la organización política y económica, se desmoronaba y el Imperio se hundía en una progresiva ruralización.
En general, se mantuvieron las tendencias de la época visigoda – ruralización y economía cerrada –, pero acentuadas por las difíciles condiciones geográ fi cas y políticas en que se desenvolvieron estos primitivos núcleos: la base económica era una agricultura y ganadería de subsistencia, con poca actividad mercantil y escasa circulación monetaria.
Hispania se convirtió en una diócesis de la prefectura de las Galias y quedó compuesta por siete provincias: cinco en la Península – Bética, Lusitania, Cartaginense, Gallaecia y Tarraconense –, una en el norte de África – Mauritania Tingitana – y otra que integraba a las islas Baleares – Baleárica –. Sin embargo, ni la reforma administrativa ni las llevadas a cabo en los ámbitos económico, social o militar consiguieron cambiar las tendencias apuntadas anteriormente (el declive de las ciudades, la ruralización de la economía y la polarización social).
La evolución económica: la ruralización La economía continuó la evolución del Bajo Imperio, con un predominio absoluto de las actividades agrícolas y ganaderas .
La península Ibérica desde los primeros humanos hasta la desaparición de la monarquía visigoda El proceso de ruralización y polarización social Como consecuencia del declive de las ciudades, la economía del Bajo Imperio entró en un proceso continuo de ruralización : a Los poderosos trataban de adquirir grandes latifundios y abandonaban las ciudades para retirarse a vivir en las lujosas villas que se hacían construir en ellos.
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