El Rococó fue un estilo esencialmente decorativo, que reflejaba la nueva actitud ante la vida de los círculos aristocráticos: el deseo de deleite, comodidad e intimidad, así como el carácter mundano y elegante, propios de una época de prosperidad que había superado la crisis del siglo anterior y renegaba de la pompa ceremoniosa del arte cortesano del Rey Sol.
En definitiva, se trataba, en la mayoría de los casos, de una pintura destinada al ámbito privado que reflejaba las preferencias de gentes sencillas, frente al carácter retórico y propagandístico del mundo católico.
Pero el Partenón presenta algunas peculiaridades: en primer lugar, no se concibió como un templo cualquiera, pues carece de altares para sacrificios en el exterior, sino como marco arquitectónico para guardar una magnífica joya, la Atenea crisoelefantina de Fidias, regalo del pueblo ateniense a su diosa en señal de agradecimiento por su victoria sobre los persas; en segundo lugar, el estanque situado delante de la estatua, aparte de la finalidad práctica de mantener la humedad e impedir que se agrietara el marfil, captaba la luz y reflejaba la estatua mostrándola aún más grandiosa.
Su importancia creciente reflejaba el profundo cambio de mentalidad que se estaba produciendo, en el que el hombre adquiría un mayor protagonismo y aspiraba a mantenerse en la memoria de este mundo.
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