Esta se constituye, así, como un factor civilizador que permite comunicarnos y relacionarnos con otros.
Otros animales poseen potentes protecciones naturales contra el ambiente que los rodea: pelo, fuerte dentadura, sentidos agudos… Sin embargo, nosotros somos capaces de abrirnos mediante la inteligencia a toda la realidad y de relacionarnos afectivamente con los demás seres vivos.
Pero, precisamente, la conciencia de esta limitación manifiesta que nuestra corporalidad no es un peso en sí misma, sino todo lo contrario: es algo que nos permite realizar y manifestar el yo que somos: bailando, escalando una montaña, pintando, hablando, abrazando, etc. El cuerpo no es una cárcel —como pensaba Platón—, pues nos permite relacionarnos e interactuar con el mundo y con los demás…, es decir, ser nosotros mismos.
Podemos relacionarnos con gente de otros continentes y, en cambio, obviar a las personas que viven junto a nuestra casa.
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