El cristiano debe cuidar el «silencio interior», un recogimiento que lo lleve a la intimidad con Dios: desde el ruido no se puede rezar.
El interior, iluminado por pequeños vanos en los muros y por la rendija situada entre estos y la cubierta, invita al recogimiento; y el suelo, en ligera pendiente, dirige la atención hacia el altar.
La iluminación es pobre por la escasez de vanos, lo que crea un ambiente oscuro que invita al recogimiento espiritual.
La iluminación, por tanto, era pobre y la oscuridad del ambiente invitaba al recogimiento espiritual.
La luz recibe un tratamiento tenebrista, pero no como en la pintura de Caravaggio, sino con una suave transición de las luces a las sombras, que invita al recogimiento y la meditación.
Podemos encontrar un ejemplo cuando entramos en una iglesia románica: se nos invita de forma espontánea al recogimiento y a la oración.
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