El realismo de Maquiavelo se caracteriza por valorar la acción política en función de sus resultados: lo bueno, políticamente hablando, es lo útil para el Estado.
Italia no era un Estado unificado políticamente, sino un conjunto de territorios independientes, que en muchos casos se organizaban como ciudades-estado similares a las del mundo antiguo, con una vida urbana muy activa.
La monarquía romana era de carácter aristocrático y políticamente no se diferenciaba demasiado de otras ciudades estado del mundo antiguo, incluidas las griegas del período arcaico.
La Grecia clásica, por lo tanto, nunca estuvo unificada políticamente, pero las distintas polis compartieron muchos aspectos: desde la lengua, dividida en diferentes dialectos, hasta la religión o el interés por el pensamiento racional.
La situación de estabilidad les permitió consolidarse políticamente y salir de su estancamiento económico: la población creció, se reactivó el comercio y poco a poco se recuperó la vida urbana.
La tarea del Estado es apoyar el desarrollo de la libertad individual, sin censurar determinadas posturas (por ejemplo, las religiosas), debido a causas ideológicas o al afán de controlar lo políticamente correcto, lo que debería pensar la mayoría o cualquier otra iniciativa que, en el fondo, sería propia de una mentalidad totalitaria.
Los movimientos nacionalistas y democráticos fueron derrotados políticamente por el absolutismo del Antiguo Régimen, pero sus ideas siguieron impregnando la sociedad europea.
Sin embargo, aunque no tuvo dudas sobre lo que es políticamente bueno —todo lo que conduce a la conservación del Estado—, pensó que era muy difícil saber lo que es bueno en política en cada caso concreto.
Tras la crisis del siglo III, el Imperio Romano se empezó a desmoronar económica y políticamente.
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