De todas formas, la realidad siempre es mucho más rica y perdemos ciertos aspectos de la misma que el sistema se inventa o interpola.
El pecado, por el cual perdemos el mayor de los dones que recibimos de Dios: la caridad.
Es lo que sucede, por ejemplo, cuando perdemos a un ser querido o cuando una enfermedad nos enfrenta a nuestra propia fragilidad.
Si el aire es muy seco, perdemos una gran cantidad de agua por transpiración y experimentamos una sensación de sed.
Si nuestro ordenador se estropea y los datos se borran, perdemos todos los mensajes almacenados.
Y perdemos ese don cuando ponemos a Dios en segundo lugar —si no rezamos, si no asistimos a Misa— y cuando somos egoístas, hablamos mal de alguien, nos dejamos llevar por la envidia o la lujuria, etcétera.
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