Berruguete, como Miguel Ángel en sus obras finales, desdeñaba la belleza formal y las proporciones clásicas para acentuar la expresividad, la tensión y el dramatismo profundamente religioso de sus figuras, mediante un lenguaje que concilia el patetismo gótico con ciertos recursos manieristas, como las anatomías deformadas y alargadas o la figura serpentinata.
Casi todas sus imágenes eran utilizadas como pasos de Semana Santa y se caracterizan por su patetismo.
El tema iconográfico de Magdalena fue poco frecuente en la escuela andaluza, en cambio tuvo una gran aceptación en la castellana, ya que permitía, como ningún otro, plasmar con intenso patetismo el arrepentimiento y el dolor por una vida de pecado.
En cuanto a su tratamiento equilibrado y sereno contrasta con el patetismo de los Cristos crucificados de la escuela castellana.
Es sin duda una de las mejores obras de Gregorio Fernández y reúne las características esenciales de su estilo: acentuado realismo, emotiva expresividad, patetismo e insistencia en los detalles que reflejan el sufrimiento físico (llagas, magulladuras y heridas sangrantes, de fuerte impacto visual por la policromía), y rigidez de los pliegues, acartonados y cortantes, cuyos contrastes lumínicos acentúan el dramatismo de la escena.
La obra es un buen ejemplo de la agitación y el patetismo del arte helenístico.
Son obras de un gran patetismo que plantean cuestiones filosóficas y morales.
Su obra madura se sitúa, por tanto, a mitad de camino entre el patetismo de la escultura castellana y la sobria serenidad de la andaluza.
Sus diferentes escalas y proporciones contribuyen a resaltar la figura de aquel y su agónico esfuerzo, en una de las mejores muestras del patetismo propio de la escultura helenística.
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