Aunque la escultura siguió un desarrollo a veces paralelo al de la pintura –algunos pintores fueron también escultores, como Picasso o Boccioni–, no siempre resulta fácil clasificarla dentro de los grandes «ismos» pictóricos, no solo por la dificultad que entrañaba adaptar sus postulados a la escultura, sino también porque los escultores, más aún que los pintores, modificaron continuamente su propio lenguaje.
En sus comienzos y desde un planteamiento puramente técnico, no supuso una ruptura radical con el templo románico, sino una evolución progresiva del mismo, a partir de la incorporación de dos elementos, el arco apuntado y la bóveda de crucería, que modificaron todo el sistema de empujes y contrarrestos del edificio y, a la larga, toda su estructura.
Pero las dificultades lo modificaron y lo redujeron a una cuarta parte en el noreste de la ciudad.
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