Cada vez ganará nuevas zonas a lo que hoy parece inexplicable; pero las rayas fronterizas del saber, por muy lejos que se eleven, tendrán siempre delante un infinito mundo misterioso a cuya puerta llamará angustioso nuestro porqué, sin que nos den otra respuesta que una palabra: Dios.
En estos pequeños gestos de entrega experimentamos algo misterioso: que darse a los demás es de tal eficacia que Dios lo premia con una profunda alegría, que salimos ganando cuando nos entregamos al prójimo.
Es probable que Leonardo da Vinci viese el planeta Marte en alguna ocasión como un misterioso punto rojo en el cielo nocturno, pero seguro que nunca imaginó que uno de sus diseños contribuiría siglos después a la exploración de ese planeta.
Lo sublime, a diferencia de lo pintoresco, nos aterroriza, sobrecoge o provoca inquietud, pero paradójicamente y contra toda razón, nos atrae con fuerza a veces irresistible, e incluso nos causa placer, como la oscuridad, la sensación de peligro, lo misterioso o lo desconocido (gigantescos precipicios, mares embravecidos, cielos amenazadores, figuras inquietantes, etc.).
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