Como consecuencia de las profundas diferencias en el seno de la población islámica dirigente, el Califato de Córdoba se disgregó en diversos reinos independientes, algunos de los cuales sobresalieron por la labor de mecenazgo artístico y cultural de sus soberanos.
Desde el siglo xi, con la caída del califato, el declive político de los reinos de taifas no provocó en absoluto su decadencia cultural, sino todo lo contrario: las principales cortes compitieron en la práctica del mecenazgo y el fomento de las artes y las ciencias.
Pero este declive político no implicó en absoluto decadencia cultural, pues las principales cortes ejercieron un activo mecenazgo y compitieron en el fomento de las artes y las ciencias.
Por otra parte, la veneración por el mundo antiguo extendió de nuevo la práctica del mecenazgo: a imitación de Mecenas, amigo del emperador Augusto, muchos príncipes, clérigos, nobles y burgueses de esta época dedicaron, por un afán de prestigio personal, un gran esfuerzo al fomento del arte y la cultura, manteniendo en sus círculos a los más afamados artistas e intelectuales y financiando sus obras.
Y de este modo la falta de mecenazgo regio o nobiliario quedó en parte compensada por los encargos de las nuevas fundaciones religiosas, que proliferaron especialmente en Madrid, como capital definitiva de la monarquía y creciente foco de atracción poblacional.
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