Contamos con unas «instrucciones de uso», mediante los Mandamientos y unas actitudes de fondo (sobre todo, la primacía del amor hacia Dios y el prójimo), que nunca son una represión de la felicidad, sino que permiten al sujeto crecer como persona.
De este modo, se descubre que los Mandamientos son expresión de la sabiduría y del amor de Dios.
En consecuencia, habría que rechazar la existencia de normas, leyes o mandamientos que determinen o limiten al ser humano.
Hay pecados que siempre tienen materia grave debido al valor del bien que custodian (son los que precisan los diez Mandamientos).
La ley de Cristo lleva a su plenitud los mandamientos de la ley mosaica.
Los Mandamientos señalan un mínimo («No debes…») que deja un amplio espacio a la creatividad: «No cometerás actos impuros»; de acuerdo, pero… ¿cuántas maneras tenemos de querer cada vez más y mejor?
Para entender en qué consiste esta ayuda, es preciso que cambiemos nuestra perspectiva: los Mandamientos potencian la libertad.
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