Así, Dios no manda hacer el bien y evitar el mal con carácter universal, sino, sencillamente, ser obedecido.
Así, por ejemplo, los ejércitos implican la existencia de una jerarquía y, con la jerarquía, las reglas para saber quién manda más y quién, menos.
Del mismo modo que el hombre es virtuoso cuando la parte racional de su alma manda sobre las demás, así también una ciudad será perfecta cuando la clase de los verdaderos fi lósofos gobierne sobre el resto de los ciudadanos.
Dios, por tanto, manda seguir la recta razón, pero ¿podría Dios decretar algo contrario a ella?
El equipo de control también manda y recibe señales de los actuadores y sensores, respectivamente.
El hombre realiza actos buenos si su voluntad libre obedece lo que manda o prohíbe la voluntad de Dios; en caso contrario, sus actos serán malos.
El Señor de Orgaz había dejado a su muerte una manda que obligaba a los vecinos de dicha villa a entregar a la parroquia toledana de Santo Tomé ciertas rentas en dinero y en especie.
En segundo lugar, la justicia manda que nadie se apodere de lo ajeno ni sea desposeído de lo propio.
Esto tiene como consecuencia que la ley natural manda honrar a Dios y respetar a los demás.
Hades (Plutón) es subterráneo y manda en el reino de los muertos.
La ley (del latín lex, legis ) es un precepto establecido por la autoridad competente, con el que se manda o prohíbe algo en consonancia con la justicia.
Ley eterna: concepto que introdujo Agustín de Hipona, que lo define como «la razón divina o voluntad de Dios que manda conservar el orden natural y prohíbe quebrantarlo».
Para climatizarla a gusto del propietario el sistema manda señales de salida a medida que recibe información de entrada.
Pero yo os digo: «Amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.
Un poco más tarde, san Agustín de Hipona distinguió entre las nociones de ley eterna, ley natural y ley positiva: La ley eterna es la razón divina, la voluntad de Dios que manda conservar el orden natural y prohíbe perturbarlo.
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