Al no ser el fi n último algo querido necesariamente por el ser humano, Ockham pensó —a diferencia de otros autores, como Aristóteles o Tomás de Aquino— que no es posible determinar la bondad o malicia de los actos libres en función de este fin último.
La bondad o malicia de la voluntad reside, ante todo, en su adhesión al deber de hacer s e el bien, aun cuando no sea posible alcanzar los efectos deseados.
Para que haya pecado, además de la materia, es necesario tener advertencia —ser conscientes de la malicia de la acción— y consentimiento —la aceptación libre del acto—. Dios, que es un Padre bueno y misericordioso, conoce la debilidad humana y anhela el regreso del hijo pródigo.
Si el fi n último del ser humano, según el pensamiento de Ockham, no determina la bondad ni la malicia de nuestros actos libres, entonces tampoco lo puede fi jar una ley natural que conduzca hacia él.
Un Rey puede equivocarse y sin duda erré yo alguna vez, pero sé bien que nuestra Patria se mostró siempre generosa ante las culpas sin malicia.
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