En su hombro apoya la muleta y en su mano izquierda lleva un papel en el que se lee en latín Da mihi elimosinam propter amorem Dei (dame una limosna por amor de Dios).
Hacer el bien por un mal fin (dar limosna para que los demás vean que lo haces) convierte el acto en negativo.
La atracción urbana alcanzó también a los religiosos y en el siglo aparecieron las órdenes mendicantes (de mendicare, pedir limosna), cuya actividad se desenvolvía en las ciudades, haciendo gala de pobreza y transmitiendo una nueva espiritualidad, en contraposición con la vida retirada y autosuficiente de los monasterios benedictinos.
La práctica de la limosna, que obligaba a los que excedían un determinado nivel de riqueza a dar una parte de ella, una vez al año, a los más pobres de su comunidad.
Solo debe vivir para obedecer y adorar a Dios, lo que le obliga a cumplir con los «Cinco Pilares del Islam»: la profesión de fe, la oración cinco veces al día –al amanecer, a mediodía, por la tarde, a la puesta del sol y por la noche–, la práctica de la limosna, el ayuno durante el mes de Ramadán desde la salida a la puesta del sol, y la peregrinación a la ciudad santa de La Meca al menos una vez en la vida.
También es necesaria la limosna: dar dinero y ofrecer tiempo, habilidades laborales o creativas a quienes lo precisan.
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