Además, os concedo a todos vosotros, el que nunca paguéis en Tortosa el impuesto llamado leuda, ni el portazgo, ni el tránsito [...] La primera regla, pues, que debe observarse en la ciudad de Tortosa, es esta: Cualquiera que fuere deudor de otro, y al llegar el vencimiento no quisiese pagar, después que el acreedor hubiere expuesto su queja a la Curia sobre esto, el deudor le pagará íntegramente lo que le deba, y después el deudor entregará a la misma Curia de sus bienes propios, tanto como importe la quinta parte de la deuda que hubiere pagado.
El negocio de estos consistía en anticipar a la Hacienda Real un importe muy inferior al que después cobraban a los contribuyentes, con lo que la gran presión fi scal que recaía sobre el pechero no repercutía en un mayor volumen de ingresos de la Hacienda Real, sino en el enriquecimiento de los arrendadores del cobro de impuestos.
El precio de admisión era de un cuarto de as, un importe que permitía a los romanos ricos ir diariamente, mientras que los más pobres no siempre lo podían hacer.
Especialmente, por el cuidado de la unidad social básica: la familia, ese núcleo donde el débil es querido y acogido sin que importe su «utilidad».
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