Al igual que Aristóteles, santo Tomás habla de una felicidad perfecta —la visión de Dios— y de una felicidad imperfecta, que consiste en la vida ordenada según las virtudes morales.
Efectivamente, aquel sostiene que la felicidad imperfecta es ya una participación y una incoación de la felicidad perfecta, y que esta última es la culminación de aquella.
Existiría, en cambio, una felicidad imperfecta o de segunda categoría, consistente en la vida de quien se rige por las virtudes éticas.
La materia sería la emanación última y más imperfecta.
Por eso, toda realidad material es imperfecta, porque puede cambiar y, para adquirir un nuevo estado, ha de perder el que tenía.
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