El interés por la Antigüedad clásica no había desaparecido del todo desde el Renacimiento, pero en la segunda mitad del siglo experimentó un extraordinario impulso, en esta ocasión con mayor énfasis en lo griego, al amparo de las ideas ilustradas y los recientes descubrimientos arqueológicos.
Estas ideas, promovidas por Nietzsche, mostraban su rechazo a las ideas ilustradas.
Las ideas ilustradas habían arraigado en todo el continente.
Los intelectuales franceses más relevantes de la época publicaron la Enciclopedia, mediante la cual pretendían la difusión de las ideas ilustradas.
Los triunfos militares de Napoleón habían favorecido la difusión de las ideas ilustradas.
Por otro lado, frente a las abstracciones ilustradas, otorgó un nuevo protagonismo a la historia y a la tradición.
Solo un rey fi lósofo, asistido por las minorías ilustradas del país, sabía lo que convenía a sus súbditos y estaba en condiciones de impulsar la reforma racional de la sociedad en todos los aspectos necesarios para el progreso y la felicidad de su pueblo: en la educación (para que fuera útil), en la economía (para que aumentara la producción y la riqueza), en la Iglesia (para que cumpliera su función con moralidad y e fi cacia), etc. La fi losofía que inspiraba el despotismo ilustrado quedaba resumida en la frase: «todo para el pueblo, pero sin el pueblo».
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