En ellos, con frecuencia, se da esa llamativa hermandad entre la tarea intelectual exigente y la santidad de vida.
Fueron encargados por Miguel de Mañara, rico noble sevillano de vida disipada, que en su madurez decidió dedicarse al servicio de los pobres y enfermos, ingresando en la Hermandad de la Santa Caridad.
Junto a la participación nobiliaria en la cotienda, en una revitalización del espíritu de la Reconquista, resultó fundamental el papel desempeñado por la Santa Hermandad, que aportó hombres (milicias de las ciudades) y una gran cantidad de dinero (subsidios votados por la Junta General).
La fi nanciación de cada hermandad local corría a cargo del propio municipio y su función era doble: actuar como fuerza policial y juzgar ciertos delitos (robos, asesinatos, rapiña), que se castigaban con contundencia, ejecutando o mutilando al reo.
La restauración del orden social La Liga de la Santa Hermandad en Castilla Para restaurar el orden y la paz social en Castilla, Isabel retomó una práctica surgida en la Baja Edad Media por iniciativa propia de algunas ciudades, que consistía en la organización de milicias locales o hermandades para protegerse de bandidos y delincuentes en sus respectivos territorios.
Pero Isabel introdujo modi fi caciones: las nuevas milicias o hermandades locales se crearían a propuesta de la monarquía en todas las poblaciones de más de cincuenta habitantes y todas ellas formarían la Liga de la Santa Hermandad, coordinada y dirigida por una Junta General.
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