Aunque en algunos momentos predominó una u otra, ambas convivieron a lo largo del tiempo: La corriente patricia o helenizante, que expresaba la admiración de los sectores sociales más ricos y cultos por el arte griego y su capacidad de imitación de la naturaleza.
Blaise Pascal expresaba esta intuición cuando señalaba que «el corazón tiene razones que la razón no comprende».
Como la máscara impedía ver la expresión de la cara, el actor expresaba los sentimientos de los personajes con gestos exagerados o verbalmente.
Con ella expresaba grá fi camente que, además de la inseparable unidad del yo y la circunstancia, el yo debe tratar de comprenderla y darle sentido: si entiendo mi circunstancia, me entiendo a mí.
Era una reacción contra el culto del futurismo a la velocidad y el movimiento; y frente al optimismo de este, expresaba la soledad y melancolía de un reducido grupo de pintores que coincidieron en la ciudad de Ferrara.
La actitud dionisíaca, todo su dolor y sufrimiento, y se expresaba en la tragedia y en la música.
La corriente plebeya, que expresaba el interés de las clases medias por la claridad narrativa, aunque implicara sacrificar la corrección formal.
La obra de arte no se concebía solo como símbolo espiritual, sino que expresaba también la grandeza de quien la encargaba o de la propia ciudad, por lo que se acentuó con el tiempo el afán por lo decorativo.
La Pitia respondía «sí» o «no», según la voluntad del dios que se expresaba a través de ella.
Las mujeres tenían el nombre de la gens en femenino y, a veces, el cognomen se expresaba en diminutivo (por ejemplo, la hija de Marcus Vipsanius Agrippa se llamaba Vipsania Agrippina).
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