A esta fidelidad se oponen las tentaciones que nos acometen del exterior (el afán de poder, la envidia...) y las que surgen de uno mismo (la soberbia, la desesperación...).
Además, tuvo en su contra la envidia de sus adversarios y un carácter impaciente.
De ese modo, se desarrolla un culto a la ambición, se promueve el egoísmo, la avaricia o la envidia, defectos propios de corazones pequeños, volcados en lo inmediato y en lo superficial.
Muchas veces nos mueve la pereza, la ira o la envidia, y luego nos arrepentimos de haber actuado de ese modo.
No es así de España, que tiene como reservado este fondo tan rico, que si llega un día a valerse de él, será su poder y riqueza la envidia de la Europa toda.
Por aquel entonces prodigaba el monarca cristiano toda clase de cuidados, consideraciones y respetos a los musulmanes, hasta el punto de excitar los celos y la envidia de los propios cristianos.
Y perdemos ese don cuando ponemos a Dios en segundo lugar —si no rezamos, si no asistimos a Misa— y cuando somos egoístas, hablamos mal de alguien, nos dejamos llevar por la envidia o la lujuria, etcétera.
Y, además, aquel que tiene caridad no tiene envidia de nada ni se pelea con nadie.
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