Durante muchos años recibió constantes encargos de diferentes órdenes monásticas, y gozó de fama y éxito como pintor de los apacibles ambientes conventuales.
Esto fue debido a tres razones principales: La escultura tenía un elevado coste, porque seguía empleando materiales caros (mármol y bronce sobre todo) en obras de gran tamaño, lo que imposibilitaba en la práctica las creaciones independientes de carácter más innovador y obligaba a los escultores a estar sometidos a los encargos previos y al «buen gusto» clasicista dictaminado por las Academias.
Estos, en un alarde de libertad individual típicamente romántico, aspiraban en general a independizarse de los encargos de los poderosos y con frecuencia manifestaron su rechazo a las directrices de las Academias, que durante el siglo anterior habían surgido en toda Europa y se habían convertido en legisladoras del «arte correcto».
La obra analizada es un ejemplo representativo de tales encargos, que reflejan los gustos y los ambientes en que se desenvolvía esta nueva clase social enriquecida.
Muchos de ellos eran de origen italiano, descendientes de los artistas que habían acudido a España atraídos por los encargos de El Escorial.
No obstante, en algunos encargos de esta etapa, cuando el tema lo aconsejaba, volvió a un acusado tenebrismo.
Por otra parte, la extensión de la riqueza a nuevas capas sociales explica que aparecieran nuevos clientes con también nuevos encargos: a las tradicionales demandas de carácter religioso, ya vinieran del propio clero o de nobles y reyes, se añadieron las de obras destinadas al uso privado de la nobleza y la burguesía enriquecida, como los libros de horas ricamente ilustrados o los sepulcros monumentales.
Solo la escultura, que vivió una época dorada en cuanto a encargos y realizaciones para las remodeladas ciudades burguesas, parecía anclada en la tradición de la estatuaria clasicista y académica.
Su gran capacidad creativa y la frenética actividad de su taller ante la lluvia de encargos explican su enorme producción, así como su incursión en todos los géneros, aunque en muchas ocasiones sólo se debe a su mano alguna parte de la obra o simplemente el boceto, siendo lo demás labor de su taller.
Y de este modo la falta de mecenazgo regio o nobiliario quedó en parte compensada por los encargos de las nuevas fundaciones religiosas, que proliferaron especialmente en Madrid, como capital definitiva de la monarquía y creciente foco de atracción poblacional.
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