Atrás queda la concepción taylorista, que concedía al aparato técnicofinanciero el protagonismo empresarial.
El experimento de Hawthorne sirvió para abrir la puerta a nuevos estudios sobre la organización empresarial que focalizaban su atención, no tanto en cuestiones económicas de eficacia como en aspectos psicológicos de realización personal.
Entre ellos destacaban los pequeños y medianos propietarios rurales, las clases medias de las pequeñas y medianas ciudades, la oligarquía capitalista y empresarial, el ejército y el clero.
Es más, por paradójico que parezca, el espectacular enriquecimiento empresarial vino acompañado del empobrecimiento general de los trabajadores, cuyos salarios perdieron gran parte de su poder adquisitivo debido a la subida de los precios, en particular los de primera necesidad.
La cultura de la empresa es productora de sentido para todos los intervinientes en el fenómeno empresarial: desde el empleador, pasando por los empleados, hasta llegar a los clientes.
Los rasgos más destacados del taylorismo, son los siguientes: Búsqueda de la máxima rentabilidad empresarial a través de una racionalización de los procesos productivos, con el propósito de optimizarlos, de hacerlos más eficaces.
Ya no sirven las interpretaciones del fenómeno empresarial como conflicto inevitable entre empresario y trabajadores.
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