Así pues, el profesor de Königsberg estimó necesario abandonar tanto el dogmatismo racionalista como el escepticismo empirista y elaborar una nueva filosofía crítica, que se ocuparía de analizar —criticar— tanto los fundamentos del conocimiento teórico como los de la razón práctica, es decir, de la moral.
Los racionalistas defendían el poder de la razón humana y la posibilidad de la metafísica como ciencia, pero habían incurrido —según Kant— en el dogmatismo, ya que sostenían la existencia de ideas innatas y de cosas que existen por sí mismas al margen de toda experiencia.
Pero a partir de entonces, se empezó a reconocer que no tenía sentido insistir en la búsqueda permanente de lo original (o moderno) y los nuevos artistas renunciaron al dogmatismo propio de las vanguardias, para realizar un arte libre de prejuicios y sin reparos en recuperar fórmulas de estilos anteriores: es el espíritu de la «posmodernidad», abierto a todo, no discriminatorio y con propensión al eclecticismo.
Rechazaba la pedagogía tradicional –basada en el castigo, la memorización y el dogmatismo católico– y defendía una educación sin coacciones.
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