De este modo, el movimiento, hasta entonces solo sugerido (salvo en algunas obras aisladas del Dadaísmo y el Surrealismo), se transforma en real, y la escultura deja de ser un volumen estático, para convertirse en objeto dinámico y cambiante de forma impredecible.
El Dadaísmo no era propiamente un estilo artístico, pues carecía de un lenguaje específico y ni siquiera se planteaba un objetivo concreto.
En cierto modo el Surrealismo fue un intento de canalizar la energía dispersa del Dadaísmo hacia un movimiento con objetivos claros y al servicio de la revolución.
En cualquier caso, la aportación más interesante del Dadaísmo es el planteamiento revolucionario sobre el arte que subyace en sus obras y actitudes: ni la obra de arte se considera un objeto de culto, ni el artista un elegido dotado de cualidades especiales.
Esta práctica ya se había iniciado en la etapa anterior (baste recordar, por ejemplo, la introducción de objetos en la pintura mediante el collage ; o algunas de las creaciones del Dadaísmo, de difícil clasificación, como los «ready-made»), pero a partir de ahora se extiende y generaliza, y además aparecen nuevas manifestaciones ( Happening, Body Art, Land Art, etc.) que no encajan en el concepto tradicional de pintura o escultura.
Nacen el dadaísmo y los movimientos vanguardistas.
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