Con ellas, Dios nos llama a su propia Bienaventuranza y anuncia de un modo sublime el nuevo Reino que inaugura Jesús.
De este modo, se adquieren los modos de actuar —las virtudes humanas y teologales—, con cuya ayuda es posible alcanzar la Bienaventuranza.
Distinguió entre fin último en cuanto a su objeto o contenido, que es Dios mismo, y fin último en cuanto a su posesión, que es la Bienaventuranza o felicidad.
Esta Bienaventuranza se refiere, por tanto, a las personas que no pactan con la mediocridad, las que se duelen por el poder del mal en el mundo y se ponen del lado de Dios, que es amor.
Gracias a su resurrección, su amor infinito vence definitivamente el poder de la muerte, que nos oprime, y promete la Bienaventuranza eterna a aquellos que lo sigan.
La Bienaventuranza perfecta y verdadera es un fi n sobrenatural, que excede a las fuerzas naturales del hombre y está reservada para después de la muerte.
La Iglesia, siguiendo fielmente la Revelación de Jesucristo, ha enseñado siempre que el ser humano quedará completamente saciado al contemplar a Dios en la Bienaventuranza eterna.
La ley eterna y la ley natural El medio con que cuenta el ser humano para llegar a la Bienaventuranza son sus actos libres, auxiliados de unos principios, que son las virtudes, la ley y la gracia.
Obviamente, santo Tomás distinguía entre el fi n propio del Estado —que solo puede proporcionar una Bienaventuranza imperfecta— y el de la Iglesia —en el cual se encuentran los medios para la Bienaventuranza perfecta y sobrenatural—. Asimismo, meditó sobre las relaciones entre la Iglesia y el Estado, tema habitual en el pensamiento político de su época.
Pero, en cambio, ofrece la verdadera Bienaventuranza.
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