El teatro abarcaba un amplio abanico de contenidos, desde tragedias hasta comedias burlescas, y se representaba en todo tipo de escenarios: las obras destinadas al pueblo, en los corrales de comedias; las representaciones cortesanas, en palacios y jardines; los autos sacramentales, en templos o plataformas móviles a modo de carros.
Estos desempeñaban un papel fundamental, pues el recinto de la plaza era el escenario de espectáculos y celebraciones públicas, tanto oficiales como populares (corridas de toros, autos de fe, ajusticiamientos, etc.).
La fe ha sido fuente inagotable de temas para los artistas en pintura —el claustro de San Isidoro de León, la Capilla Sixtina—, en música —el canto gregoriano, las cantatas de Bach—, en literatura —poemas y autos sacramentales—, en escultura —las obras de Bernini o de Pedro de Mena—, en arquitectura —las catedrales—, en arte litúrgico —orfebrería y platería— etcétera.
La escenografía teatral, vistosa e impactante, constituía una parte esencial de la cultura barroca y rebasó el ámbito literario para extenderse a las más variadas manifestaciones públicas, como los autos de fe inquisitoriales o las procesiones de Semana Santa.
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