En cambio, el artífice práctico, al que hoy día consideraríamos propiamente el artista, era un mero artesano que ejecutaba la obra.
En cuanto al autor de la obra, en la época románica se distinguía entre el artífice teórico y el artífice práctico .
Esto no significa que el artista (artífice práctico) fuera anónimo, aunque sean pocos los nombres que han llegado hasta nuestros días.
Pero el mérito de la obra de arte y el reconocimiento social no recaía ni sobre el artífice teórico ni sobre el práctico, sino sobre el promotor o el donante.
Su autor nos es desconocido, como la mayoría de los escultores románicos, pues el mérito de la obra no recaía sobre el artista (artífice práctico), ni siquiera sobre el autor del programa iconográfico (artífice teórico), sino sobre el promotor de la misma, en este caso el abad Bonifacio.
Todo parece apuntar a que este Demiurgo es una realidad intermedia entre el mundo sensible y el inteligible, un ser superior, artífice del mundo físico, que nos recuerda al Nous de Anaxágoras.
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