El clero, a su vez, no solo había sido protegido del anticlericalismo republicano, sino que también recibió todo tipo de ayudas y prebendas de un Estado que se declaró o fi cialmente católico y que asumió la defensa de la religión y el mantenimiento de la Iglesia como asuntos prioritarios.
Este incidente desató una cadena de acontecimientos que escaparon a todo control: enfrentamientos verbales entre los monárquicos del interior del piso y los grupos de la calle, asalto a los talleres del diario monárquico ABC, ataques durante los tres días siguientes a edi fi cios religiosos de Madrid y otras ciudades, con actos de pillaje, quema de conventos, etc. El gobierno no fue responsable directo de los hechos, pero tampoco puso mucho empeño en impedirlos, para no granjearse desde el principio la enemistad de ciertos sectores populares, cuyo anticlericalismo violento era una explosión visceral contra la Iglesia, a la que consideraban demasiado vinculada a los ricos y poderosos.
Esto se explica, en primer lugar, por el anticlericalismo de amplios sectores populares, que identi fi caban a la Iglesia con el poder político y económico, y en segundo lugar, por la mayor vulnerabilidad de los edi fi cios religiosos, en comparación con los bien defendidos centros militares y edi fi cios institucionales.
Pero a pesar de las tensiones entre el Estado republicano y la Iglesia, y del anticlericalismo de partidos y sectores populares de izquierdas, conviene recordar que ni todos los católicos eran antirrepublicanos, ni todos los republicanos eran anticlericales.
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