Desde entonces, fue venerado como un dios viviente y se le consagraron altares y templos.
El culto a la diosa Roma y al emperador se extendió a lo largo del Imperio, de manera que en cada municipio y en cada provincia había altares y templos dedicados al emperador, en los que también podían rendir culto las clases bajas y los libertos.
La función del templo griego se reducía a albergar la estatua de la divinidad, como si fuera su mansión, mientras que el culto y los ritos se celebraban en altares exteriores.
Pero el Partenón presenta algunas peculiaridades: en primer lugar, no se concibió como un templo cualquiera, pues carece de altares para sacrificios en el exterior, sino como marco arquitectónico para guardar una magnífica joya, la Atenea crisoelefantina de Fidias, regalo del pueblo ateniense a su diosa en señal de agradecimiento por su victoria sobre los persas; en segundo lugar, el estanque situado delante de la estatua, aparte de la finalidad práctica de mantener la humedad e impedir que se agrietara el marfil, captaba la luz y reflejaba la estatua mostrándola aún más grandiosa.
Tanto por el tema representado (arrebato místico de una santa recientemente elevada a los altares) como por el tratamiento que recibe (efectismo teatral, expresividad, agitación), el «Éxtasis de Santa Teresa» es una manifestación inequívoca del arte barroco, cuyo carácter propagandístico está en este caso al servicio de los valores ideológicos de una Iglesia que pretende reafirmar su autoridad y su doctrina en una época conflictiva de incertidumbre general y crisis religiosa, que contrasta con el optimismo renacentista.
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