Al igual que Hobbes, no admitió la doctrina aristotélica del hombre como animal político y concibió un estado de naturaleza en el que todos los hombres eran iguales y libres.
Junto con los átomos, Demócrito admitió la existencia del vacío (el no ser).
Por otro lado, Platón admitió que hay numerosas ideas, tantas como esencias de los objetos sensibles.
Por último, no admitió la tesis averroísta que reducía todos los espíritus humanos a un intelecto común.
Respecto a la divinidad, Sócrates admitió que hay que honrar a los dioses de la ciudad, aunque él no creía en ellos, sino en un dios o daimon que le hablaba y le indicaba lo que debía o no debía hacer; sería una especie de voz interior, semejante al juicio de la conciencia.
Rousseau admitió la existencia de Dios como un ser superior que mueve y ordena el universo, que posee inteligencia, voluntad y poder.
Sin embargo, Hume no admitió que la pasión fuese algo irracional, porque la razón ha de buscar los medios adecuados para dirigir la tendencia del ser humano a buscar la felicidad y a evitar el sufrimiento.
Sin embargo, tampoco admitió las teorías que afirmaban la naturaleza social del hombre, tal como habían aseverado Aristóteles y el Aquinate.
Wittgenstein admitió que el uso de las palabras es, con frecuencia, equívoco y contradictorio.
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